Cuando llegué al departamento que alquilo hace 5 años, porque tengo una buena relación con los dueños y la suerte de no necesitar mudarme cada dos años, me dispuse a investigar un poco más sobre lo que me estuvo aconsejando mi tía Laura acerca de cómo hacer crecer mis ahorros con una pequeña inversión en un proyecto inmobiliario.
Voy a la compu, la prendo y mientras espero a que se inicien los programas me preparo un café, me encanta tomar café mientras realizo mis actividades de entrecasa. De hecho, ahora que lo pienso, una de las últimas “inversiones” que hice fue comprarme una cafetera de esas que funcionan con cápsulas. ¿La necesitaba? Claro que no, es plata que podría haber ahorrado, ¡pero es tan rico!
Café en mano, abro el buscador y tipeo: “¿Cómo optimizar mis ahorros?”. El primer resultado me hizo levantar las cejas, decía: “Esconde el dinero”, y pensé que si seguía el consejo y escondía la plata me iba a olvidar de dónde la puse y 30 años en el futuro algún inquilino la iba a encontrar y preguntarse quién había sido su dueño. Pista: una distraída como yo.
Ver Carla Zuccini: Ahorros en crecimiento
Seguí explorando la primera página de resultados y me encontré con varias notas que hablaban de consejos para ahorrar más y de manera eficiente. Las opciones iban desde definir y ahorrar una cantidad de dinero del sueldo todos los meses, pasando por ahorrar en otra divisa, plazos fijos, hasta llegar a las inversiones inmobiliarias de las que me hablaba mi tía.
Entré a los links, leí, seguí buscando y la información disponible en Internet me terminó por marear. Incluso me frustré un poco porque todo lo que leía me resultaba muy difícil de entender y concretar en un determinado período de tiempo. Para despejar la mente siempre me gustó pintar, entonces agarré mis pinceles, un lienzo en blanco y me perdí en la creatividad.
Mientras estaba buscando la forma de lo que quería expresar en el lienzo, y pensando en lo difícil que parecía ingresar en un proyecto inmobiliario que me permitiera ahorrar, lo vi: “El que quiere celeste, que le cueste”. En ese momento se me vino a la cabeza Claudia, la profe de pintura de mi adolescencia, y el día en el que me contó de dónde venía ese dicho que todos, alguna vez, dijimos.
Durante el Renacimiento, me contaba, el celeste era un color muy difícil de conseguir, muy costoso. Esto era así porque el azul que se utilizaba para mezclarlo con blanco y lograr el color, se obtenía del lapislázuli. Este mineral era muy difícil de obtener porque estaba en Oriente y transportarlo a Europa era muy caro, entonces sólo podían costearlo los nobles y la cúpula de la Iglesia Católica. Con el paso del tiempo y la llegada de los pigmentos acrílicos y las mejoras en los sistemas de transporte, el color celeste dejó de ser inaccesible, pero la frase continuó vigente.
Enseguida lo pude relacionar con lo que hablé con mi tía y en lo que venía leyendo en las 20 páginas de internet que me sugirió el buscador. La casa propia – como el celeste- era algo muy difícil de alcanzar. Hasta ahora, que existen empresas que se dedican a financiar la vivienda en cuotas y sin intereses.
El desafío, entonces, es recabar toda la información que pueda sobre estas empresas, armarme del hábito de ahorrar, de cambiar algunos de mis conductas de consumo y proyectar a largo plazo.
Continuará…