Te queremos presentar a Carla Zucchini, una joven de 31 años que no se lleva muy bien con los números del hogar. Carismática, espontánea y con una personalidad fresca.
Carla trabaja en el área de comunicación de una pequeña empresa, tiene un sueldo de rango medio pero es desorganizada en la forma de gastar su dinero.
En esta serie de capítulos, Carla cuenta en primera persona su experiencia con el ahorro y va descubriendo nuevas maneras de manejar sus finanzas. Te invitamos a conocer su historia y a acompañarla en este camino de descubrimiento y aprendizaje.
Capítulo 1: La verdad de la Naranja
Ayer abrí el home banking y vi que ya no me quedaba plata en la cuenta. No exagero, el número que mostraba era $0,05 centavos. En ese momento se me vinieron dos cosas a la cabeza: mi infancia y los días en que me compraba un chicle por ese dinero; y darme cuenta que otra vez no pude ahorrar.
No es algo nuevo, siempre me costó hacerme el hábito del ahorro porque me gusta regalar cositas, salir a cenar con amigas, disfrutar el cine o aprovechar las liquidaciones de temporada. Soy presa de las tentaciones que producen las ofertas o promociones y el efecto contrario es llegar arañando a final de mes.
Mientras me recuperaba de ese golpe de realidad que significa el estado de cuenta de mi caja de ahorros (¡ja! menuda contradicción), apareció la imagen de mi abuela Tita como un ente flotante y su dedo acusador diciendo: “dejá de gastar en pavadas y guardá algo para después, lo vas a necesitar”. Inmediatamente después, como cuando en las caricaturas al protagonista se le aparecen todos los fantasmas de su pasado, tuvo lugar la imagen de mi tía Laura, contadora, que siempre me dice: “invertir en una casa es como hacer crecer un árbol”. Y ahí se me prendió la lamparita: ¿Cómo podría hacer para ahorrar y que esa plata no se vaya en pagar la tarjeta de crédito todos los meses?
Con ese interrogante fui a visitar a mi tía y, entre mate y mate, le pedí que me explicara qué quería decir con eso. Me miró con la tranquilidad que la caracteriza y pasó a explicarme.
Imaginate, me dijo, que como sos fanática de las naranjas te gustaría tener un naranjo para comerlas cada vez que te antojes. Primero deberías plantar la semilla y regarla a diario, con mucha paciencia y cuidado, porque hasta que llegue a dar sus primeras naranjas pueden pasar mínimo tres años. Una vez que crecen, vas a tener fruta por mucho tiempo.
Bueno, le dije, ¿pero qué tienen que ver las naranjas con invertir en una casa? Me miró con ojos de profesora y continuó. La semilla, dijo, es la inversión que hacemos al momento de ingresar a un proyecto inmobiliario o comprar un lote. Su valor crecerá a medida que se lo riegue: inversiones en tendido eléctrico, una red cloacal, una red de gas natural o cualquier obra que signifique que la tierra sea mejor en un futuro cercano.
¡Ay! Entonces las florcitas del naranjo serían como la decoración que le haría a mi casa, comenté (listo, ya la tengo clarísima). No, me respondió, las flores duran poco, se marchitan, como las cosas que te comprás en esas ofertas que tanto te gustan. “Jaque mate”, pensé. Lo que ganás invirtiendo, siguió, es una casa propia, es seguridad, es libertad, es algo para dejarle a tus hijos si algún día decidís tenerlos. Es duplicar tus ahorros, revalorizar el pedazo de tierra en el que invertiste al principio y en el que trabajaste para hacerlo crecer.
Unos mates más tarde volví a mi departamento (que de paso es alquilado) pensando en lo que había hablado con mi tía. Mientras caminaba me imaginé viviendo en mi propia casa, me llené de entusiasmo y me propuse empezar a investigar sobre este tema.
Continuará…